Se es joven no por el hecho de tener una determinada edad, sino porque se participa de ciertos estilos de consumo y se asumen unos códigos de comportamiento, de vestuario y de lenguaje. Esto distorsiona la frontera biológica y crea figuras híbridas de adolescentes envejecidos, de adultos adolescentes, de jóvenes permanentes.
Extendiéndose por todas las sociedades desarrolladas, el deseo de no crecer se ha convertido en una auténtica enfermedad del alma. Como el psicólogo americano Dan Kiley, dedicó un libro al síndrome de Peter Pan.
Hasta la situación económica de los hijos muchas veces distinta de cuando los padres eran jóvenes casi en la indigencia. Resulta así un lúcido retrato de un hombre del siglo XIX, con todas sus contradicciones arcaísmos; por el contrario, pertenece de manera ejemplar al siguiente siglo, el de la incertidumbre y la inmadurez.