El cambio no es una idea, ni siquiera una moda. Si miramos hacia atrás, nos daremos cuenta de que desde el siglo VI antes de Cristo, las tres primeras escuelas conocidas de la filosofía griega, la de Tales y las Heráclito y Parménides, ya habían planteado este problema de cambio y permanencia.
En realidad, percibir una cosa equivale hacerla fija. Ésa es la razón por la que la percepción de los procesos interacciónales, siempre en movimiento, nos es tan difícil en tiempo real.
Veremos que las pequeñas pasos, bien dirigidos, paradójicamente son el origen de los grandes cambios, ya que evitan los efectos perjudiciales producidos por regresiones debidas a pasos demasiado grandes.
Si “somos lo que hemos aprendido” podemos evolucionar aprendiendo más y de forma continua y, sobre todo, practicando lo que hemos aprendido recientemente. Todo cambio resulta de la adquisición de conocimientos nuevos, o bien de una reconstrucción de la realidad: ese aprendizaje puede ser consciente o inconsciente, de naturaleza cognoscitiva, técnica o conductista.