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lunes, 2 de marzo de 2009

Museo Etnográfico del oriente de Asturias

Son ya bastantes los pueblos o aldeas de nuestra región que al fin disponen de su propio museo etnográfico. Por citar algunos, vayan como ejemplo los de: la Madera, en Caso; el de la Llechería, en Morcín; el Ecomuseo, en Somiedo; el Juan Pérez Villamil, en Puerto de Vega; el Vaqueiro, en Navaral; el de la Sidra, en Nava; el de Grandas de Salime; el de Quirós... y un sin fin de ellos más. Y es porque, de algunos años acá, los lugareños de cada andurrial se fueron percatando del valor encerrado en los viejos desvanes de sus casas, creyendo hallar allía las evidencias culturales de sus ancentros.

Así pues, rescatando de ellos cachivaches, muebles, enseres, aperos, fotografías y demás adminículos merecedores de ser atesorados, los voluntariosos vecinos de cada lugar los fueron clasificando tras su recuperación procediendo a crear sus propios museos.

Pero, en cambio, en el caso de éste que hoy nos ocupa, ubicado en Porrúa y que resulta ser de reciente formación pues fue inaugurado el 10 de julio de 2000, debe su creación, principalmente, a la generosidad de un matrimonio porruano retornado de México que donó a la aldea, en el llamado barrio de Llacín, un conjunto de tierras y un hórreo -o panera- perteneciente al siglo XVIII, además de un pequeño grupo de edificaciones rurales dispuestas en hilera también correspondientes a los siglos XVIII y XIX.

Por hallarse custodiando la entrada (que cuesta el módico precio de dos euros) el honor del primer saludo al visitante le corresponde a la panera, bajo la cual se cobijan un par de arcaicos carros del país y algunos viejos aperos, en tanto que, por estar también a su lado, un pretérito molino de rabil (o manivela) aprovecha asimismo la ocasión para darle la bienvenida.

Y presidiendo todos aquellos tinglados, un enorme aguacate traído de Méjico y plantado en 1906 esparce sus inmensas raíces por el suelo dejándolas entrever mientras que a lo alto de su tronco, de unos siete metros y medio de perímetro y veintitantos de elevación, se encaraman unas frondosas ramas que dan sombra a las predichas casitas. Casitas curiosamente unidas entre si por el cordón umbilical de un corredor voladizo de madera cuyo interior unas cuidadas sales van mostrando ordenadamente todas las colecciones que componen el etnográfico.

La distribución interna de esas salas está convenientemente diferenciada, pues si bien en unas se recogen los ambientes directamente relacionados con la vida doméstica: como la cuadra, el lagar de sidra, y la casa en si con todas sus dependencias, en las otras se presenta una serie de exposiciones temáticas: como las colecciones de lozas, porcelanas y hierros esmaltados, telas y telares, aparatos para la elaboración de quesos y mantecas, herramientas de los tejeros de Llanes, y otros variados instrumentos relacionados con los diversos aspectos laborales o de producción.

Y como curiosidad final, reseñar que en algunos de los ladrillos y tejas allí expuestos se puede leer, no sólo la firma o marca del tejero creador (en algún caso con la huella de la propia mano del artista), sino también, transcripciones tan originales como la siguiente:

Biva la Birgen del Carmen i Cobadonga i Santa Marina y la Reina de los Angeles y todas las Bírgentes del Zielo que mas no am(pa)ren y nos faborezcan en la bida y en la Muerte amen.

Autor: Alberto Cienfuegos.