Todos los días actualizaba su blog, solo ante el ordenador con el único ruido del teclado y el ratón como compañía, iluminado por la pantalla que dibuja en la penumbra de la habitación una larga sombra que se alzaba por detrás en la pared de aspecto fantasmagórico.
Las ideas brotaban y la cabeza bullía de iniciativas, la agitación estremecía su cuerpo mientras movía nervioso los pies, excitación llevada a término por la genialidad de las ocurrencias. No podía creer en lo que le estaba sucediendo después de meses delante del ordenador incapaz de escribir una palabra bloqueado ante el mayor reto de su vida, había salido de la esterilidad literaria por fin, un logro que transformaba en genialidad cada palabra que escribía.
Llevaba treinta seis horas interrumpidas escribiendo frenéticamente la obra suprema que lo catapultaría a la fama y lo sacaría de la habitación donde había pasado la mayor parte del último año, sin apenas comer ni dormir, dominado por la obsesión, buscando en el silencio el literato escondido en su interior. Ya estaba a punto de terminar cuando algo ocurrió..., saltaron los automáticos apagándose la computadora, no se podía creer que después de tanto tiempo le ocurriera aquello, pálido y desnutrido salto corriendo a la caja de fusibles para restablecer la corriente. Después de unos minutos arrancó el ordenador e inicio el procesador dándose cuenta que había cometido un estúpido error, no había guardado la obra, un sórdido grito hizo estremecer el edificio mientras los vecinos se preguntaban que había ocurrido.