El deslustre del abandono envuelve en decadencia la plenitud de la arquitectura sometida a las fuerzas de la erosión que moran en el espacio deshabitado, azotado por las inclemencias del transcurso del tiempo oprime la intransigencia de la corrosión que disgrega la pertinacia resistencia, oponiéndose al declive.
Declive que somete con obstinada persistencia la contraposición de la estructura afianzada en el terreno que resiste los envites de los fenómenos ambientales, desgajando paulatinamente la cohesión de la argamasa que desnuda el armazón llenándolo todo de escombros, síntoma de asolación.
Ruinoso aspecto que llena las estancias vacías de desolada podredumbre de enmohecida humedad que descolora las paredes, quiebra los suelos y desconcha los techos, despojando de robustez el deplorable edificio que convierte el esplendor de la construcción en inmundicia.
