Se abre el telón en un teatro pequeño con un gran escenario dejando entrever el decorado de una plaza de barrio, donde los actores se van colocando en una instantánea de los años treinta, retratados por el espectador comienza la función.
La obra, comedia lírica en dos actos reproduce una historia de amor que centra el argumento entorno a los personajes, los cuales inmersos en sus nimiedades hacen una sátira de la época en clave musical. Con impecable coreografiá los interpretes deambulan por la calle y hacen su vida en los pisos anejos, mientras los protagonistas desgranan la trama con grandes dotes interpretativas, la orquesta se convierte en el tramoyista que da vida a la opereta.
El final apoteósico hace vibrar al público el cual aplaude enardecido hasta que le duelen las manos, satisfechos y sonrientes abandonan el recinto contentos de haber asistido, entretanto los murmullos del gentío se van desvaneciendo por los pasillos hasta que se hace dueño el silencio.