Los mecanismos democráticos no protegen los derechos generales de los económicos ni a los dirigentes del poder, sino que favorecen la privanza y promueven la corrupción, creando situaciones comprometidas para el estado que después se manifiestan a través de la presión fiscal y los recortes sociales.
Se ha llegado al clímax en la tolerancia hacia un modelo obsoleto que alimenta la deshonestidad institucionalizada, promueve la picaresca y defiende la ineptitud para gobernar, aunque no para desfalcar. Promoviendo el desencanto juvenil y la resignación social, los cuales domesticados esperan un cambio que no se produce.