La inmigración ilegal es el cáncer del siglo XXI, alimentado por los gobiernos de origen y propiciado por las mafias, en un mundo injustamente desigual. Los afectados huyen de la esclavitud, la pobreza y la muerte a otros territorios en busca de una oportunidad. En un acto que no debemos reprochar, sino comprender y solucionar, porque pensando en los demás nos ayudaremos a nosotros mismos.
Cerrando los ojos y negando la evidencia se aletarga el problema y se traslada a otro lugar, por eso es necesario alentar el cambio que la sociedad mundial de manda, alzando la voz para que los avances se produzcan. Olvidando las diferencias y acercando las similitudes, porque en la semejanza se encuentra la complicidad necesaria para favorecer la evolución, un paso necesario para cumplir los objetivos del milenio.
La democracia ayuda al autogobierno de los países y la racionalización de los recursos en un reparto más equitativo de las riquezas, gestionada y racionalizada por sus habitantes, los cuales dejarán de ser inmigrantes porque serán autosuficientes.
A nadie le gusta ser inmigrante ilegal y sí en algún momento se vuelve, es por necesidad u obligación.