Admitir a los demás empieza por tener consideración y no catalogar al resto de personas en función del pensamiento generalizado, teniendo criterio propio adquirido desde la personalidad particular, reafirmándose en sus convicciones.
El individualismo no existe, porque seguimos los dictámenes sociales que influyen en el comportamiento, pensamiento y actitudes frente a otros. Anulando al individuo y su singularidad, alimentando la egolatría que no deja ver la sustantividad de la vida.
El modo de vivir actual nos contraria y frustra porque nunca se esta satisfecho de lo que se tiene, anhelando cada vez más objetos innecesarios que no satisfacen nuestro egoísmo, no sabiendo disfrutar de otras cosas por centrar todos los esfuerzos en alcanzar logros que no se querían. Esto fomenta las discrepancias en las relaciones personales, haciendo que cada vez más nos volvamos intolerantes.