En la década de los ochenta transmitían por televisión las peripecias de jóvenes talentos de la Escuela de Arte de Nueva York, acostumbrados al esfuerzo y sacrificio personal para llegar a la meta fijada, aunque eso no era lo importante sino el lema que decía al principio de comenzar: “Queréis la fama, pero la fama cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar”.
Filosofía de vida que premia el esfuerzo y dedicación de la persona independientemente del menester al que se dedique, forma el carácter y engrandece el espíritu, enseñanza la grandiosidad del ser humano a ser capaz de dar lo mejor de sí para desarrollar todo su potencial.
Nada es gratis y para conseguir algo se tiene primero que llorar lagrimas amargas antes de saborear la dulzura de la recompensa, sufrir decepciones y padecer necesidad para empezar a ver algún fruto, en definitiva aprender a saber estimar lo que cuesta todo sin perder la perspectiva del objetivo marcado.