Cambiar para que nadie cambie es la esencia de la autopoiesis. Esto se aplica a la biosfera como a la célula, y cuando se aplica a los especies conduce a la evolución.
La vida es una exuberancia planetaria, un fenómeno solar. Es la transmutación astronómica local del aire, el agua y la luz que llega a la Tierra en células. Es una pauta intrincada de crecimiento y muerte, aceleración y reducción, transformación y decadencia.
La vida misma es esta estrategia de conservación química en un universo que tiende hacia la pérdida de calor y la desintegración. Preservando el paso, marcando la diferencia entre pasado y presente, la vida que amarra el tiempo, aumentando su complejidad y creándose nuevos problemas.
Los humanos se nos cuentan, que somos especiales. Tenemos nuestra postura erguida que nos hace vernos literalmente por encima de otros seres vivos, pulgares oponibles, aptitudes lingüísticas, un alma que nos hace superiores. Tenemos, al menos en el hemisferio occidental, una tradición cultural que nos coloca en una posición de administradores morales de los demás seres vivos. A un en ausencia de Dios, nos imaginamos poseedores de una capacidad sin igual para destruir el planeta o cambiar de golpe la atmósfera y el clima.