Atila heredó de su tío Rúa su jefatura junto con su hermano Bleda y ambos se encontraron dueños de un territorio que se extendía desde adentro de la Europa central hasta los Urales.
En 445, Atila mató a su hermano Bleda y se constituyó en gobernante absoluto de su pueblo. Emprendió el asalto final al imperio bizantino y se paseó por los Balcanes, hasta que los bizantinos le aplacaron cediéndole territorios en el Danubio y pagándole unos tributos.
La historia de Atila está entreverada de leyendas accesorias, muchas procedentes de otros pueblos germánicos, asiáticos y nómadas en general que se personifican en él, y otras generadas por el temor que inspiraba tanto entre romanos como entre bizantinos. El renombre de azote de Dios parece haber conocido por él con halago y no le molestaba nada que se repitiera, porque abría muchas puertas.