Translate

miércoles, 5 de agosto de 2009

La transformación de la materia

Como ya sabían los filósofos de la antigüedad, todo lo efimero no es más que una parábola. Con lo que tiene de trivialidad, la vida no es más que una fórmula pasajera con la que envolver lo que escapa a toda compresión. Y eso vale hasta para los átomos y las partículas elementales. Tampoco ellos dejan de ser fórmulas para lo incomprensible. Electrones, quarks, fotones: en último término no son sino nombres para algo puramente espiritual. La materia no consta de materia; no es más que energía condensada, idea concentrada. Aquí no vale la antigua distición entre espíritu y materia. Las partículas elementales se limitan a marcar el compás absudamente breve del tiempo para todo lo que es, fue y será. El universo es siempre un todo en donde unas cosas influyen en otras. No podemos escapar de ese todo ni en la muerte. El universo es una casa en la que no se pierde nada.

Esta verdad elemental fue formulada por Goethe en los siguientes versos: "Lo eterno palpita en todo:/ pues todo ha de disolverse en la nada,/ si ha de subsistir en el ser". Y más tarde, en otro poema, añadió: "¡Ningún ser puede deshacerse en la nada!/ Lo eterno palpita en todo, / ¡mantente feliz en la existencia!". Somos eternos. El tiempo es pura ilusión. Como la vida. Igual que la muerte.