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miércoles, 4 de marzo de 2009

Siero

Pola de Siero hace ya tiempo que está dejando de ser la capital de un concejo eminentemente agrícola y ganadero para convertirse en un núcleo de servicios. El proceso de urbanización iniciado hace unos años la ha convertido prácticamente en un apéndice de Oviedo, gracias a su favorable posición en el centro de la llanura central de Asturias y a las modernas vías de comunicación que se cruzan en sus cercanías. La Pola, como se le conoce sin más, nació como población en la carta puebla otorgada por Alfonso X en 1270. Fue lugar de paso en el ramal costero del Camino de Santiago y llegó a contar con un albergue, sobre el que se levantó a mediados del siglo XIX la actual iglesia parroquial de San Pedro. Por esas fechas se construyó también el edificio del Ayuntamiento, ecléctico de estilo, pero con cierta elegancia. Pero quizá la construcción civil más destacada sea el expresión de un afán racionalista aplicado a un edificio destinado a ser sede y símbolo de la actividad económica principal del concejo; es obra de Idefonso del Río.

La Pola ya es una ciudad con todas las características positivas y negativas de las ciudades, lo que va en detrimento y negativas de las ciudades, lo que va en detrimento de su vida tradicional y es de suponer que en beneficio de sus habitantes. Lo que ha sabido mantener también lo ha sabido potenciar; ahí están sus famosas fiestas de los Huevos Pintos, cada vez más universales.

El concejo ofrece al visitante un buen número de palacios y mansiones que en otro tiempo fueron solares de linajes ligados a la aristocracia rural. En Celles se encuentra el palacio de la Torre, del siglo XVII, con una planta que responde a la tipología de los palacios españoles: forma cuadrada, con torres en las esquinas y patio central con arquerías. En Lieres, el palacio de los Vigil, con bella portada estructura mediante un par de arcos carpaneles. En Valdesoto, el del marqués de Canillejas, del siglo XVIII, y en Meres el de los Argüelles, del XVII.

Cerca de La Secada, solitaria y modesta, se alza la hermosa iglesia románica de San Esteban de Aramil. Se trata de un pequeño templo; de una sola nave con ábside semicircular y dos puertas, de las que destaca la meridional, decorada con cabezas de pico y rollos zamoranos. Completan la decoración escultórica la rica cornisa, con un buen conjunto de canecillos, las líneas ajedrezadas del ábside y una calavera solitaria que se halla sobre la puerta occidental. Como en el caso de la mayoría de las construcciones románicas asturianas, el visitante no sabe qué admirar más, si el humilde templo que tiene delante o el entorno que lo rodea. Al fina hará las dos cosas a la vez.

Autor: Luis Díez Tejón