La radiación ionizante al igual que otras sustancias naturales que se encuentran en la naturaleza en niveles muy bajos es tolerable por el cuerpo humano, pudiendo en ocasiones ser beneficioso para la salud y en otras producir cáncer, coexistiendo ambas hipótesis contrapuestas que concurren en que en altas cantidades es fatal.
Los trabajadores de la central Fukushima de Japón están indefensos contra la exposición elevada de radiactividad al no existir equipos de protección que los aíslen de concentraciones tan altas, que absorbe su organismo, pudiéndoles ocasionar: quemaduras de piel, caída de cabello, cáncer, esterilidad, nauseas, cataratas, perdida facultades mentales... y al final la muerte.
A la población que vive al lado de una central nuclear les dirán que es segura y que el riesgo de fuga radiactiva es casi inexistente, porque se están tomando todas la medidas de precaución posibles. Aunque como ocurre con la teoría del caos, cualquier variación por pequeña que sea en la condiciones iniciales implican diferencias en el comportamiento futuro, aplicada a la energía nuclear puede desencadenar catástrofes épicas como las que se han vivido y están sucediendo. La historia no enseña de forma dolorosa los errores que incurre la humanidad, para evitarlos en el futuro, ignorarlos producen daños irreparables.