El cine delimita los márgenes de la vida marcando una época análoga al tiempo que fue rodada, convirtiéndose en un recuerdo de la historia y fijando en la retina del espectador la historia en fotogramas.
Los actores duplican su historia, por una parte el personaje y por otra la del actor, mimetizadas las dos pero separadas por la ficción.
Con el silencio sepulcral de la pantalla en negro los artistas abandonan el escenario para siempre, dejando la escena y dando paso a las nuevas generaciones, quedando en el paladar el sabor amargo de la nostalgia.
La amargura de la despedida, sólo se puede contrarrestar con la dulzura de volver a ver las joyas del cine, disfrutando por siempre de la interpretación de Manuel Alexandre.