La gran ventaja es que ahora, cuando nos relacionamos con los demás, no contagiaremos angustia, sino tranquilidad, ni transmitiremos impotencia sino fuerza. Y además evitaremos que los demás nos contagien sus emociones tóxicas.
Alguien tiene que poner en marcha la reciprocidad positiva. Hagámoslo nosotros, por nuestro propio beneficio, y por el de los demás.
Estamos rodeados de tecnología para comunicarnos y en cambio no somos capaces de hablar con la gente de nuestro entorno, de transmitir nuestras sensaciones y recibir la de los demás.
Estamos en una isla donde disponemos de lo necesario para comunicarnos de forma impersonal, siendo más difícil la comunicación personal, aislándonos de la sociedad de forma física.
Siendo menos tolerantes con nuestro entorno y con aquellos que de forma casual comparten nuestro espacio, sumiéndonos de forma involuntaria en el aislamiento, siendo prisioneros en nuestra propia vida.