Vivir por Hitler y estar dispuesto a morir por Hitler, ése fue el destino de casi una generación completa de alemanes.
Unos pocos fueron educados para ordenar; ellos constituían la nueva clase de dirigentes que debería mandar el imperio alemán universal, fueron como líderes de distrito, como jefes militares o como Führer entodos los ámbitos y profesiones. Tendrían que ser duros y autoritarios, fuertes y eficientes ejecutivos del poder para una tiranía moderna.
Quién sobrevivió a los terrores de la guerra, había perdido años valiosos de su vida, y la miseria en Alemania de la posguerra no hacía fácil un nuevo comienzo. En los hombres y mujeres de esta generación pesaba la reconstrucción, en su memoria reposaban los recuerdos del miedo, de la penuria y de la muerte. Pero al mismo tiempo eran recuerdos de una época en que la dictadura no solamente mostraba su fuerza violenta, sino que ejercía su poder de seducción.
Después de la guerra empezó una nueva era para los supervivientes. El trauma de aquellos años, no obstante, permaneció. Quien ha tenido la oportunidad de hablar con cientos de testigos de aquella época, puede entender la conclusión mayoritaria una y otra vez: fuimos utilizados de buena fe para una causa terrible.