Pascal decía que “la literatura es un diálogo con nosotros mismos”. Lleva razón el gran matemático francés. Para mi escribir es entablar un diálogo conmigo mismo, olvidándose del paciente lector pero no de su importancia, porque sin lector no existen escritores.
Porque al estar pendiente de él, de su aprobación y aplauso, lo más valioso del escritor – sea una queja, una alegría, un logro, un temor, una pena, un razonamiento, una satisfacción, una angustia - se pierde en una búsqueda insegura y contraproducente de beneplácito y cariño.
Como dice Kandisky – De muchas cosas debo considerarme culpable, pero hay una a la que siempre me mantuve fiel… La voz interior que fijó mi meta en el arte y que espero seguir hasta el último momento – uno ha de ser leal a su voz interior, brújula última y fiable para navegar en todo tipo de aguas.
Se puede resumir en que nunca se ha de olvidar el instinto, pero tiene que estar en concordancia con el sentir del público y la era, manteniendo su perspectiva personal.