La vida es un viaje con destino a ninguna parte donde lo que importa no es la procedencia ni el destino sino el periplo, recorrido vivido que gira sobre sí mismo que lleva inexorablemente al punto de partida después de haber sido parte de los sucesos acaecidos en la historia, acontecimientos que siguen avanzando vertiginosamente mientras la persona queda rezagada cansada de perseguir los sueños.
Lejos quedan las fantasías que empujaron a correr detrás de metas inalcanzables en busca de ilusiones llevados por el ímpetu de la juventud sin importar el destino de las decisiones tomadas, sumando experiencias producidas por situaciones que surgieron de forma fortuita, hechos que marcaron un ciclo que cimentaron la mundología consolidada con los años.
Cerca del final se saborean mejor los momentos al disfrutar con serenidad sin las prisas e impaciencia de la inmediatez de las experiencias con la tranquilidad del saber, afrontando de forma positiva cualquier eventualidad, apreciación que lleva a ser más feliz hasta con las sensaciones más insignificantes.