El ruido impregna de estridencia la tranquilidad sumiendo al silencio en la esclavitud del sonido que con desordenado alboroto enturbia el orden armónico del entorno, ocultando la belleza audible por la disonancia que con irritante asiduidad disocia de la serenidad del psique con desasosiego, constante en el transcurso cotidiano de la urbe.
Los pensamientos acallados por el incesante parloteo del estrépito impide alcanzar la placidez en los momentos íntimos de asueto, obstaculizado por el estrés que produce la ausencia de silencio, dificulta la capacidad para relajarse produciendo malestar.
La incomodidad por la discordia de los ruidos acostumbra a la continua agitación, impidiendo a la sonoridad connatural encontrar su propio espacio en el orden natural, alterado por la prefabricación de los sonidos.