El préstamo de libros electrónicos tendría que ser igual que en papel, no habiendo ninguna diferencia y siguiendo el mismo principio, esto daría autonomía al usuario que podría hacer lo que quisiera con el ejemplar.
La descarga de archivos de manuscritos debería ser única, pudiendo hacer una copia o venderlo una sola vez, como artículo de segunda mano pero sin utilizar el servidor de la editorial como intermediario. Buscar alternativas intermedias no funcionará porque no da libertad al comprador sobre el producto, el cual es restrictivo y muy caro para lo que proporciona.
También tendría que poderse subrayar, escribir en los margenes o anotar impresiones, dando la facilidad al lector de realizar todas las tareas que se puede hacer en su hermano impreso. Haciendo que la diferencia del libro en papel y el ejemplar electrónico sea mínima, animando a la gente a utilizar un soporte que en la actualidad lo único que tiene en su beneficio es la innovación del producto, que puede ser suplido por cualquier ordenador portátil, tableta o teléfono móvil.