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sábado, 21 de febrero de 2009

Villaviciosa tierra de monjes y ermitaños

Villaviciosa entrañable, Villaviciosa del alma, Villaviciosa hermosa ¿qué llevas dentro, que me robaste el alma y el pensamiento?, que así te cantan enfervorecidos los tuyos. Pobláronte seguramente monjes llegados de otras tierras y en ti echaron raíces para perennidad, portadores de una creencia nueva, de una fe en un Crucificado, que había muerto "bajo el poder de Poncio Pilato" en la Jerusalén multisecular. Levantan por doquier cenobios y eremitorios, que, en lontananzas de siglos serían o los dos Santos Juanes o los ennoblecería para rendir culto de sencilla piedad a los que fueron testigos eximios del Señor.

Hubo una tierra antigua. Nombránbala los lugareños Boides. En medio de espesos boscajes alimentarios de regias donaciones, arribara un día el Císter, los monjes bernardos, al lado de prerrómanico templo dedicado al Santísimo Salvador, empleando cánones de proporciones y a porfía, los matorrales, alzaban cercados, plantaban viñas, sembraban las tierras de trigo y las huertas de legumbres y hortalizas, plantaban pomares, construían lagares y prensas en que pisar las uvas, rebosaban las cubas de mosto, crecían a la vez los muros del monasterio y la feracidad de la vegetación. Tornábase todo bendición de Dios, en tanto al Boides de la ancestralidad sustituía un fecundo Valle de Dios, el Valdediós del ayer y del hoy y de la perennidad.

Ermitaños y anacoretas, fieros y freras, hermanos y hermanas, hijos e hijas de familiares iglesias, entre ansias de santidad, trasformaban las tierras y la comarca toda, plantaban iglesias y sembrados a proporción similar y ejercitaban sin descanso el amor y la caridad entre las gentes del lugar. Aquella tierra de fecundidades inimaginables en sus prados y en sus montes hacíase vergel en su naturaleza y antesala de cielos en sus arquitecturas románicas o prerrománicas. A poco que te descuides, quedarás embriagado de los efluvios de una naturaleza inigualable y de un haz de templos que semejan recolecciones granadas y culminadas en plena sazón, coacervadas en gavillas y en mieses de la más cumplida cosecha y recolección.

Autor: Agustín Hevia Ballina.