Las comparaciones son odiosas y no se deben equiparar dos elementos distintos, que no tienen que ver entre sí, aunque las dos tengan atribuciones parecidas. Porque una pluma escribe pero por eso no se puede equiparar con la imprenta, con el libro de papel y el electrónico pasa lo mismo, los dos son para leer aunque sus atribuciones empiezan a divergir.
Con gran elocuencia el autor en su página web en el artículo que publica en XL Semanal, expresa textualmente: “Tengo casi treinta mil libros en casa; suficientes para resistir hasta la última bala. Quien crea que esa trinchera extraordinaria, su confortable compañía, la felicidad inmensa de acariciar lomos de piel o cartoné y hojear páginas de papel, pueden sustituirse por un chisme de plástico con un millón de libros electrónicos dentro, no tiene ni puta idea. Ni de qué es un lector, ni de qué es un libro.”
Las afirmaciones categóricas no están en posesión de la razón, ni por supuesto son argumentos que refuten una teoría, ni eximen al escritor de columpiarse aunque sea de la talla de Arturo Pérez Reverte. Lo que sí demuestra es que cuando estas consagrado, todas las exposiciones que hagas se convierten en cátedra, aunque sean una sandez.