Todas las formas de adivinación asiro-babilónica tenían en común lo irracional y místico de sus procedimientos. No existía el menor nexo causal entre el hecho observado y lo presagiado.
Los griegos, en particular, juzgaban a la humanidad dotada de una facultad innegable para la adivinación, mantiké. Esta capacidad de prever, de conocer eventos futuros era considerada un acto sublime, que elevaba a la naturaleza humana muy cerca de lo divino. Su cultura incorporó la numerología al acervo de la adivinación.
Las adivinaciones griegas reposaban en una inconmovible creencia en el destino. Como enseña el drama de Edipo, nadie puede escapar de sus designios, y cuando se intenta huir de ellos no se hace más que colaborar con su cumplimiento.
El influjo de la concepción cristiana del futuro fue duradero hasta el siglo XVII, Occidente viviría en la continua expectación del Fin del Mundo, por un lado, y en su permanente diferenciamiento por el otro. La oscilación respondía a los periódicos choques de doctrina y realidad.
El tiempo no ha pasado en vano y ahora tenemos mejor compresión de la dinámica de la imaginación del futuro. Las profecías sociales, nos han enseñado que el arte de adivinar lo que vendrá tropieza con un principio de incertidumbre parecido al que rige la física cuántica.