Hasta el día de hoy, no ha existido cultura que no se haya valido de la imagen y de la palabra con el fin de persuadir, aplacar, guiar o inmovilizar ya sea al propio pueblo o al enemigo, o para exaltar o combatir, perpetuar o derribar al gobernante de turno.
En caso de la propaganda se trata fundamentalmente de la propagación de ideas o de la búsqueda de unos objetivos que casi siempre se esconden tras la pantalla de la ideología.
Así, lo que en los fascismos o en cualquier totalitarismo, del signo que sea, nos repugna y lo calificamos de adoctrinamiento, manipulación de los jóvenes, de los más receptivos y moldeables según los intereses del que manda, en la democracia nos parece irreprochable aunque las formas de propagación sean similares.
La literatura ha incurrido en la crítica y la denuncia social y política, mostrando que existe otra realidad diferente a la que se percibe en la sociedad, es la conciencia social frente al bombardeo incesante de información. Una información que nos confunde haciéndonos dudar de su veracidad.