Es una costumbre muy nuestra decir a los demás lo que pueden o no pueden hacer desde la certeza absoluta de la razón, aunque en ocasiones estemos equivocados y en muchas circunstancias seamos la persona menos indicada, seguimos ofuscados en perseverar para mantener las convicciones.
Regidos por las costumbres y los malos hábitos adquiridos con la desidia de nuestros actos nos volvemos expertos de lo que no hay que hacer, conocedores de los fracasos podemos asegurar sin miedo a errar que volveremos a equivocarnos, aprendiendo a la fuerza a resolver los inconvenientes que surgen a consecuencia de la obstinación.
Equivocaciones que ayudan en la adquisición de una percepción más perspicaz en las particularidades de las experiencias individuales, lecciones necesarias para proporcionar los conocimientos imperativos para evolucionar, aportan aplomo a la persona.