Por todos es sabido los pro y los contra de la energía atómica así como la durabilidad de los efectos negativos de la radiación en el tiempo, consecuencias que afectan a toda forma de vida si existe una fuga, probabilidad baja pero existente como hemos podido presenciar recientemente en Fukushima y anteriormente en Chérnobil. Catástrofes que nos enseñan a ser más precavidos con las medidas de contención y seguridad, pero no a ser consecuentes con los peligros inherentes en la energía, lejos de nuestras vidas al no estar bajo el radio de acción de la radiación se carece de la perspectiva necesaria para calibrar la magnitud de las consecuencias.
Los contenedores radiactivos son elementos seguros que contienen un veneno mortal que se tiene que contener durante más de dos mil años, demasiado tiempo para prever cualquier contingencia que pueda surgir, peligro con el que tienen que convivir los lugareños durante generaciones.
Todos en este país saben como se construye y los tejemanejes que existen en la administración para ahorrar dinero, mezcla explosiva que tenemos que añadir la corrupción en las contrataciones, dando como resultado fuga radiactiva. Sería más lógico que los productores gestionaran la propia basura y no la arrojaran fuera de sus territorios, caramelo envenenado que se ofrece por cuantiosas sumas de dinero aprovechándose de los lugareños, necesitados por la situación económica que atraviesan.